Durante el año que viví y trabajé en MAURITANIA, país musulmán, hubo muchas cosas que me llamaron la atención y enriquecieron mi alma y mi espíritu. Una de ellas justamente estaba relacionada con las costumbres que observé en las personas de mi entorno sobre su propia muerte.
Trabajaba en un organismo internacional de cooperación al desarrollo en el que recibíamos cada día muchísimos correos electrónicos, sin embargo, uno de ellos no pasó desapercibido para mí. Venía de una compañera de trabajo mauritana a la que casi no conocía.
“Queridos compañeros, antes de partir quería pediros perdón por todo aquello que os haya podido causar de mal o daño y os perdono por todo lo que vosotros penséis que me habéis hecho. Que Dios esté con todos vosotros”.
La verdad es que no lo entendí hasta que me explicaron que, cuando una persona va a vivir alguna experiencia que podría causarle la muerte, como una operación, un largo viaje, etc, tienen por costumbre pedir perdón y perdonar a sus seres queridos y personas cercanas y conocidas por los males que pudieran haber causado u así, en el caso de que murieran, lo harían en paz.
“Querida compañera, yo te perdono y me siento perdonado. Que Dios te acompañe y te proteja”, fue la respuesta que le fuimos dando.
Esta compañera regresó de su operación en Francia bien de salud dejando en mí un aprendizaje de vida y del sentido del perdón en la muerte y en el duelo que me acompaña hasta hoy.