«Si supiera que va a morir pronto y sólo pudiera hacer una llamada telefónica, ¿a quién llamaría y qué le diría?… ¿Y a qué espera?»
Stephen Levine

Cuando yo era superintendente de escuelas en Palo Alto (California), Polly Tyner, la presidenta de nuestro consejo de administración, escribió una carta que fue publicada en el Palo Alto Times.

El hijo de Polly, Jim, tenía muchos problemas en la escuela. Estaba clasificado como un niño educativamente discapacitado, y exigía grandes dosis de paciencia a sus padres y profesores. Pero Jim era un chico alegre, con una radiante sonrisa que iluminaba a todos. Sus padres reconocían sus limitaciones académicas, pero siempre le ayudaban a fijarse en sus aptitudes para que pudiera andar con la cabeza alta.

Poco después de terminar el instituto, Jim se mató en un accidente de moto. Con posterioridad a su muerte, su madre remitió esta carta al periódico:

Hoy hemos enterrado a nuestro hijo de 20 años. Murió en el acto en un accidente de moto la noche del viernes. Cómo me hubiera gustado saber, cuando hablé con él por última vez, que ésa sería la última vez. De haberlo sabido, le habría dicho: «Jim, te quiero y me siento muy orgullosa de ti».
Me habría tomado tiempo para contar las múltiples bendiciones que aportó a las vidas de las muchas personas que le querían. Me habría tomado tiempo para valorar su hermosa sonrisa, el sonido de su risa, su genuino interés por los demás.
Cuando pones todos los atributos positivos en la balanza y tratas de equilibrar todos los aspectos negativos, como esa radio que estaba siempre demasiado alta, ese corte de pelo que no nos gustaba, los calcetines debajo de la cama, etc., las cosas irritantes no pesan mucho.
No tendré otra oportunidad para decir a mi hijo todo lo que habría querido decirle, pero otros padres sí tienen esa opción. Digan a sus hijos lo que desearían expresarles si supieran que ésa es su última conversación. La última vez que hablé con Jim fue el día en que murió. Me llamó para decirme: «¡Hola, mamá! Te llamo para decirte que te quiero. Tengo que ir a trabajar. Adiós». Me dio algo que guardaré para siempre.
Si la muerte de Jim puede servir de algo, tal vez sea para que los demás aprecien más la vida y para que las personas, sobre todo las familias, se tomen el tiempo necesario para decirse unos a otros cuánto se quieren.
Quizá no tenga otra oportunidad. ¡Hágalo hoy mismo!».

Robert Reasoner.